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Una noche de tristeza y júbilo

Foto del escritor: Sébastien BanganduSébastien Bangandu



El día sábado primero de marzo, los laicos Asuncionistas llegamos a la cita a las 8:40 de la noche en la casa de Rafael Esparza y María Dolores Flores. Luego de intercambiar saludos y noticias, pusimos manos a la obra. De forma espontánea fuimos asumiendo tareas.


Cortar bolillos, la cebolla y la lechuga, rebanar queso y jitomate fueron lo primero. Lo segundo fue armar las tortas, embarrar mayonesa y frijolitos, poner aguacate, queso, jamón, lechuga, cebolla, rajitas de jalapeño y envolver.


El proceso fue rápido porque nos organizamos como una banda móvil caminando alrededor de la mesa de los Esparza, la misma donde compartimos la celebración de navidad.


Lolita ya tenía unos 40 litros de café preparado. Así que en menos de una hora preparamos las 100 tortas que nos propusimos llevar para compartir con las personas que esperaban noticias de la salud de sus familiares recién ingresados.


Estuvimos en la zona de hospitales, especialmente en Neurología, Nutrición y cerramos en el GEA. Ahí llegan mas personas, tanto por urgencias médicas como accidentes. Encontramos de todo, personas solas, algunas como idas, se notaba que habían pasado ya mucho tiempo ahí. Familias y grupos en bolita, callados y angustiados.


En las bancas del camellón, algunas parejas que ya habían ganado una banca, tenían cobijas y maletines. Vimos algunos solitarios, junto a las bardas, recostados sobre cartones, tapados con una cobija y con un atado de ropa como almohada.


Algunos tenían las mejillas con manchones de tanto embarrarse lágrimas con las manos y el cabello desmarañado de tanto buscarse en la cabellera alguna respuesta y consuelo.


Nosotros ofrecíamos: ¿Quiere una torta? ¿Un café?  La gente no se acercaba de entrada. Como que, entre la vergüenza y la sorpresa no se animaban. Absortos en su preocupación, estaban ensimismados y no se enteraban hasta que ya estábamos frente a ellos con las cajas de las tortas abiertas.


La cara de la gente cambiaba al entender el gesto. Algunos sonreían, otros apenas musitaban un gracias, pero lo más importante era hacerles sentir que alguien más se preocupaba por ellos. Al terminar, hicimos una oración y el P. Sébastien Bangandu nos dio una bendición. Al ver al Padre, 4 personas se nos acercaron. Querían una oración por su familiar “Bertha”. Hicimos un círculo y oramos con ellos.


En un mundo tan conflictivo, a veces cada uno se reserva en su pena o su problema, Jesús vino al mundo para ayudarnos a salir de esa soledad y decirnos que nuestro “papito” (Abbá) está pendiente de nosotros.

 

Durante la actividad, todos recordábamos las veces que habíamos estado así, angustiados por la salud de un ser querido hospitalizado. Podíamos entender cómo se sentían. Fuimos una presencia anónima, para que ellos pudieran ver al que nos reunió y envió anoche para llevar, más que una torta y un café, un gesto de compañía.


La Misericordia de Dios, nos movió a mostrar a la gente que ellos y su familiar, estaban en las manos de Dios. La Caridad una caricia de Dios, en medio de la angustia, la que nos recuerda que Dios nos ama y de esa convicción se nutren la Fe y la Esperanza.


En nuestras reuniones varias veces hemos compartido cómo Dios nos ha acompañado, ayudado y consolado de muchas maneras. No sólo nos reunimos a estudiar la Palabra de Dios o la vida de Nuestro fundador o de San Agustín. Nos reunimos para darnos unos a otros la caricia de Dios, acompañar nuestros problemas y nuestras alegrías.


Pasamos así, juntos como hermanos, de la tristeza a la alegría y al júbilo, y de este, a la acción de servicio a los hermanos. Es el camino del cristiano, nos mueve el cerebro y el corazón y nos hace caminar para llevar al otro la presencia de Dios.


Estoy seguro que para la familia que nos pidió oración, el encontrarse en su necesidad un sacerdote y una comunidad de hermanos para acompañarlos, fue un gran consuelo. Cuando la pena haya pasado, reconocerán la acción de Dios en sus vidas y en otro momento, también serán misericordiosos con otros. Es lo que significa el año jubilar que proclamó el Papa como hace la Iglesia cada 25 años.


Por Rafael Martínez Guízar, laico Asuncionista



 
 
 

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