Seguramente alguna vez te has puesto a pensar sobre quiénes son tus verdaderos amigos. Incluso, por una mala jugada, nos hemos sentido traicionados por las personas que más queremos. Pero ¿Qué significa la amistad? ¿Qué implica ser amigo y tener amigos? ¿Cómo puedo reconocer la verdadera amistad?
El P. Emanuel d’Azon nos da ejemplo de la amistad desde una perspectiva cristiana. De hecho, él mismo vive la amistad de una manera tan pura que trasciende todas sus limitaciones, y con su ejemplo, nos encamina hacia el punto central de la amistad: el amor.
Es curioso que varios libros sobre d’Alzon aborden el tema de la amistad; por ejemplo, el texto El padre Manuel d’Alzon por dentro, que escribieron nuestros hermanos de chile, comienza precisamente con dicha cuestión.
La respuesta a esto es que, durante toda su vida, d’Alzon vivió relaciones de amistad muy profundas. Es más, me atrevo a decir que no se puede conocer a d’Alzon si no es a través de los lazos amistosos que fundó con santa María Eugenia, Louglien d’Esgrigny, e incluso con Felicité de Lamenais, por decir algunos.
El origen de la amistad
El padre d’Alzon se pregunta en una de sus meditaciones[1] sobre cuál es el origen de la amistad. Dice, acertadamente, que la amistad es la “fuente si no de las emociones más violentas, sí de los sentimientos más puros y duraderos.” Pero para él, dicha fuente no tiene su origen en el hombre.
El ser humano dentro de todas sus limitaciones no puede ser el principio de la amistad, ya que la amistad conlleva un sentimiento de amor más puro. “Este principio no está en él [el hombre] y si de él [el principio] participa, se da bien cuenta de que emana de otra parte.” Con esta idea, d’Alzon quiere dar a entender que la amistad viene de Dios.
No hay que concebir este concepto de amistad de manera superficial o vaga, sino que debemos percibirla como un sentimiento divino. Por ello, solo una cosa hay por hacer: “creer y luego amar, conocer mediante la fe y luego actuar según el mandamiento nuevo.” En esta última frase está implícita la palabra clave para comprender la amistad como d’Alzon la entendía, es el mandamiento del amor. ”He ahí la amistad en toda su perfección: hay que amar como amaba Jesús.”
La amistad se origina de un lazo natural de un hombre con su semejante, sin embargo, el amor que da vida a este lazo surge de Jesús mismo. No solo se origina en Él, sino que en Él se purifica. Pareciera que hay niveles de amistad, uno donde solo es una relación seca y superficial que alguien tiene con otra persona; y la otra, cuando esta relación seca y superficial viene a la vida a través del amor a Jesucristo y en Jesucristo.
El amor que se extiende a la humanidad
Ahora bien, el amor no solo comprende a dos individuos, sino que se extiende a toda la creación. Es por eso que d’Alzon se refiere al mandamiento de Jesús: “ámense los unos a los otros como yo los he amado.”[2] Al parecer, aquí hace una mezcla de los conceptos amistad y amor refiriéndose a lo mismo como si el amor fuera la esencia de la amistad y dentro de esto está implícita la idea de Dios a manera de cimiento.
¿Puede concebirse algo más maravilloso para los hombres que esta sociedad en que Dios es el principio, el alimento y el término? El amor brota de Dios, por él subsiste y en él llega a plenitud. El amor a los demás, aquí, no parece sino como otro lazo más que nos relaciona con Dios. Pareciera que nuestro amor a Dios aumenta con el amor a todos aquellos a quienes amamos.[3]
Es hermoso concebir esta realidad de la amistad como un todo en el amor. El amor nos une con Dios y al mismo tiempo con el hermano. Ese mismo amor es el fundamento de la amistad que debemos tener. Por ello, la amistad es verdadera solo cuando se construye en el amor a Dios.
Pero ¿qué sucede con aquellas amistades que se quiebran o desaparecen? d’Alzon dice que una amistad inauténtica se da cuando solo se la busca en el hombre, es decir, cuando no vamos más allá de una simple compañía física, cuando no buscamos al Dios-amor para que venga a dar vida a ese lazo que queremos erigir.
En otras palabras, dice “que los corazones no saben gravitar alrededor del centro eterno del amor infinito; es que no saben que para amar hay que creer en la palabra de Dios.”[4] Esta idea nos remonta a lo que comentaba al principio de este texto: hay que creer y luego amar, conocer mediante la fe y luego actuar según el mandamiento nuevo.
Consumirnos en la unidad
Por otra parte, la amistad requiere de sacrificios. “El sacrificio de nosotros mismos que hacemos para consumirnos en la unidad, nos hace crecer mediante aquellos a quienes nos unimos así, estando ellos mismos unidos a Dios, ya que le pertenecemos también mediante aquellos a quienes amamos y que también le pertenecen.” A veces es necesario deshacernos de todo ese ropaje egoísta para poder vivir la unidad de manera más significativa.
Dentro de las relaciones amistosas del P. d’Alzon puedo reconocer dos características prácticas y esenciales: la confianza plena y el interés por el bienestar del otro. Por ejemplo, cuando estaba joven tenía muchas inquietudes vocacionales, una de ellas era ser militar. Hablar de la vocación y de las ideas que están en nuestro interior no es fácil, lo digo por experiencia, sin embargo, d’Alzon confiaba plenamente en su amigo que a través de sus cartas expresaba todo lo que había en su mente y en su corazón.[5]
Otro ejemplo es la amistad que tuvo con Felicité de Lamenais. Sabemos que Lamenais estaba a punto de ser condenado por el papa, pese a ello, d’Alzon expresa en una de sus cartas la preocupación que este hecho le suscitaba. De una manera bondadosa y firme siempre estaba a disposición de los demás, haciendo corrección fraterna y acompañando en la fe. Lo mismo vemos en su relación con santa María Eugenia, no solo se trata de confianza o preocupación mutua, sino que establecen su amistad por completo en Dios, tanto así que ambos llegan a fundar la familia de la asunción.
¡Ahora todo tiene sentido!
Desde esta concepción de amistad alzoninana, puedo decir que por eso hay muchas personas que llegan a nuestras vidas y se quedan para siempre; porque no solo creamos relaciones superficiales, sino que hacemos crecer la amistad en el amor, en Dios mismo.
Piensa en aquel amigo o amiga que conociste en la iglesia, pareciera que es un regalo de Dios con quien compartimos la vida. A veces hacemos oración juntos o pedimos por el bienestar del otro. Otras veces reconocemos el amor en las dificultades, cuando mi amigo o amiga está ahí para apoyarnos y llevarnos a Dios.
Hagamos que esta experiencia de amor en nuestras relaciones de amistad se extienda a toda la gente que está a nuestro alrededor. Demos ejemplo de una buena amistad a través de la acción dentro de la iglesia y la sociedad en general. ¡Hoy más que nunca necesitamos alimentar la amistad con el amor puro que solo viene de Dios!
Rafael Huerta Ramos, a.a.
Comments